viernes, 13 de agosto de 2010


¿Sirve que nazcan nuevos departamentos?

Andrea Sirley Cano Castellanos

andreasirley@hotmail.com

Hasta hace algo más de cien años, lo que hoy es el departamento del Huila hizo parte de un vasto territorio que tuvo diferentes denominaciones, como “Provincia de Neiva” (de la cual, efectivamente, Neiva era su capital) y “Estado Soberano del Tolima”. Era una extensa región que abarcaba los actuales departamentos de Tolima y Huila, y que alguien, con una visión más bien de folclor, vino en llamar (como algunos suelen hacerlo hoy) “Tolima Grande”
La presión de grupos católicos, con el obispo Esteban Rojas Tovar a la cabeza, desde la extensa región que era entonces la diócesis de Garzón (que habría que reseñar como si fuera el Huila entero actual), lograron finalmente la división del territorio, y llamar “Huila”, al recién nacido departamento. Neiva fue declarada su capital, con las provincias de Garzón -que cobijaba los municipios del centro y sur-, y La Plata, con los del occidente y parte del actual territorio del Cauca.
Esta división del territorio trajo como consecuencia directa la conformación de las entidades administrativas necesarias para gobernar el naciente departamento -gobernación y sus dependencias, Asamblea y demás entidades que corresponden a un ente territorial como éste-.
Claro: además de este proceso inevitable, se comenzaría a conformar una especie de identidad cultural regional, que se iría consolidando con el paso de los años (nacida, por supuesto, de la tradición que hermana a Tolima y Huila). La imagen del “opita”, claramente diferenciada por peculiaridades culturales como la figura de un campesino o el habitante de pueblo, amable y hospitalario pero también tranquilo frente a los sucesos del mundo, tomó relieve nacional.
Sin embargo, no apareció el esperado proceso de desarrollo del territorio, a partir de la conformación de una élite de gobierno propia. El Huila, varias décadas después, seguía siendo la misma región pastoril, con una insuficiente infraestructura de servicios básicos y vías. La carretera que une a Huila con Caquetá se abrió por la necesidad de apoyar las tropas en el conflicto de Colombia con el Perú, en 1932, y solo se pudo tener una vía decente casi 60 años después. Los pasos viales al Cauca están aún más atrasados y, a pesar de otros desarrollos, las coberturas de acueducto, alcantarillado, alumbrado público, electrificación rural y telefonía muestran deficiencias como hace 30 ó 40 años. En 1987, se puso en operación la hidroeléctrica de Betania, que fue un sueño de más de cuatro décadas en el Huila, para aspirar a tarifas eléctricas bajas. Betania pertenece hoy a un consorcio empresarial extranjero, y las tarifas del Huila están entre las más altas del país. El tren, que comenzó a operar en 1936, desapareció. La explotación petrolera y de gas, que genera multimillonarios ingresos por regalías, no ha significado tampoco la liberación de viejos atrasos.
En apretada síntesis, el significado del Huila como departamento, a partir de 1905, no se tradujo en un desarrollo real. Como tampoco ocurrió cuando Sucre se segregó de Córdoba, o Cesar y La Guajira de Magdalena, o Casanare de Boyacá, o mucho menos Guaviare de Vaupés. Hay muchos más elementos por discutir que ventajas a la hora de crear un territorio nuevo a partir de lo ya existente.
Habrá que ver qué ocurre cuando se cree “Magdalena Medio”, una propuesta de nuevo departamento con tres municipios de Antioquia, 11 de Bolívar, uno de Boyacá, cuatro del Cesar, uno de Magdalena y ocho de Santander. Barrancabermeja sería la capital. Y, probablemente, repetiremos la historia.

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